Autora: Laura Arellano Atienza.
Seis meses y diecisiete días. Seis meses y diecisiete días desde lo que ha sido, para mí, una de las mejores experiencias en mis 17 años. Seis meses y diecisiete días desde que los conocí: esos amigos a los que espero volver a ver en un futuro. Hoy, hace seis meses y diecisiete días desde aquel 5 de octubre que me marcó a fuego.
Yo no era una alumna que se involucrara mucho en las actividades del instituto pero un día Toño nos habló del Erasmus “Movilidad sostenible, comunidad sostenible” y yo me metí de cabeza desde el principio. Mi amiga Elba y yo decidimos montarnos en esta montaña rusa juntas. Después de ganarnos nuestros puntos haciendo diferentes tareas (artículos, recoger basura del ca6mpo, excursiones) y después de conocer a muchos de los participantes Erasmus en la inmersión en Corella, nos ofrecieron ir a Dinamarca. Yo no me lo pensé dos veces, llevaba queriendo ir a Copenhague toda mi vida y esa era una oportunidad que no podía echar a perder.
Nuestra aventura comenzó un 5 de octubre, demasiado temprano para mi gusto. Tras varios viajes en tren y un avión, llegamos a la preciosa capital de Dinamarca. Esa noche y la mañana siguiente las dedicamos a explorar la ciudad por nuestra cuenta. Ya por la tarde, nos presentaron a las familias con las que íbamos a convivir esa semana. Algunos, como Elba, ya conocían a su familia porque era con la misma persona con la que había convivido en Corella. En mi caso, todo era nuevo. A la chica que se quedó en mi casa en Corella, Lucía, la emparejaron con otra persona. No sabía qué esperar, podía pasar cualquier cosa. Para mi suerte, resultaron ser la mejor familia de acogida posible. Jasmina, que era un año menor que yo, se convirtió en mi mayor apoyo esos días.
Como era de esperar, al día siguiente después de algunas presentaciones, recorrimos Copenhague “de la mejor manera posible”, en bici. No he sido fan de la bici en mi vida, pero el sistema de infraestructuras para bicicletas lo tienen más que avanzado, es una pasada.
Elba y yo estábamos en 1º de Bachillerato y no debíamos olvidarnos de eso. Si por el día dábamos vueltas en bici y paseos en barco, por la noche estudiábamos sin parar. El curso acababa de empezar y no podíamos empezar con el pie izquierdo.
Durante los dos días siguientes no dejamos las bicis de lado en ningún momento. En realidad no fue ninguna sorpresa, sabíamos a lo que íbamos desde el principio. El principal objetivo del Erasmus es la promoción de la bici y de las relaciones intergeneracionales. La primera parte, la de la bici, ya la habíamos cubierto sin duda, nos faltaba completar la segunda. Una tarde, fuimos a una residencia de ancianos y allí conocimos a Ole Kassow, creador de “En bici sin edad”, un movimiento presente en 2.200 ciudades del mundo.. Nos unimos a él y a un par de ancianos de la residencia en su paseo en “yayacleta” por Copenhague. Mientras algunos íbamos en bici, otros conducían y acompañaban. Yo disfruté un paseo con Finn, un hombre increíble. Me sorprendió que hablara un inglés tan fluido como el de cualquiera de nosotros. Fue un paseo inolvidable y único y creo que todo el mundo debería hacerlo, es sorprendente lo interesantes y divertidas que pueden llegar a ser las personas mayores.
Ese día nos prepararon la comida en la residencia pero era una comida un tanto particular. Repartieron los diferentes ingredientes por la mesa y nosotros teníamos que montar nuestros bocadillos. Chifly trajo chorizo pamplonica y los españoles, sin dudar ni un segundo, nos plantamos enfrente y ya no nos movimos. Entendedme, después de estar comiendo toda la semana bocadillos de, literalmente, hierba, el chorizo fue como una bendición para nuestro estómago.
El 11 de octubre tocó decir adiós a mis nuevos amigos y a mi familia danesa. La noche anterior había decidido escribir una carta de despedida y la escondí debajo de mi almohada. Decirles adiós a ellos fue lo más difícil.
Esa mañana en el instituto el ambiente no era el mejor y eso se notaba. Todos sabíamos lo que se acercaba y no podíamos hacer nada para evitarlo. Dos chicas que había conocido cuando vinieron a Corella me hicieron una entrevista para la radio de su instituto. Nos entregaron los diplomas y seguido vinieron las lágrimas, los abrazos y las promesas de volver a vernos. Creo que fui la única que lloró, pero no me sorprendió: soy la típica persona que llora viendo un perro en un anuncio.
Como nuestro avión salía por la noche, nos llevaron después de comer al parque Tívoli para levantar el ánimo. Es precioso y perfecto para hacer fotos y eso fue lo que hicimos Elba y yo toda la tarde. Llegamos a Corella de madrugada y con el reciente recuerdo de todo lo que habíamos vivido grabado en nuestra mente para siempre. “No llores porque se ha acabado, sonríe porque sucedió”, me dijo un amigo nada más volver. No podía haberlo dicho mejor.